La compasión se define por “un sentimiento de profundo pesar y dolor por alguien que está siendo afectado por alguna desgracia, acompañado de un fuerte deseo de aliviar ese sufrimiento.”
Cuando empecé mi carrera, uno de mis principales objetivos era practicar y mejorar mi “compasión”. Durante mucho tiempo pensé que ser movida a lágrimas o sentir un dolor sincero y profundo por alguien era una buena señal de que mi corazón estaba en el lugar correcto. Pero siempre sentí que faltaba algo. Pasaron los años, y pues la mayoría de nosotros sabemos que cuando una persona trabaja en lugares donde el sufrimiento de los demás es el “pan de cada día”, se desarrolla un cierto mecanismo de defensa para “proteger nuestros sentimientos”, o para no “distraernos” por ellos; o simplemente para no permitir que dichos sentimientos interfieran en el trabajo que debe de hacerse para ayudar a estas personas. Si bien seguimos sintiendo compasión, tratamos de no ser abrumados por ella. Pero, si no tenemos cuidado corremos el riesgo de llegar a ser insensibles a muchas de nuestras experiencias. Ser una médico cristiana constituye todo un reto, pero tengo la dicha de ver que a través de mi profesión puedo experimentar los principios del Reino de Dios en formas muy particulares. El concepto de ayudar a aquellos que sufren, a los más débiles; es consistente con el cristianismo y una verdadera manifestación de la moral y el amor cristiano. Pero por supuesto, esto suena más fácil de lo que en realidad es.
Cuando decidí quedarme en Gracias para ayudar a cuidar de Jerzon, yo estaba muy preocupada y ansiosa. Muchas veces me preguntaba si la compasión y sobretodo el afecto especial que sentía por él, podía interferir en mi labor como su médico (labor que yo pensaba que era mi prioridad ante todo) No es posible conciliar las reglas de este mundo con los principios bíblicos, sobretodo cuando trabajamos bajo un sistema muy alejado de la Biblia. Y cuando digo las reglas de este mundo, me refiero a algunos de nuestros principios de ética médica, como por ejemplo la orden rotunda de no involucrarse emocionalmente con nuestros pacientes porque al final podemos hacerles daño. ¿Cómo iba a mantener este equilibrio? ¿Cómo iba a tomar buenas decisiones, mientras yo compartía mi vida diaria con este niño de 15 años? Recuerdo muchas mañanas viendo a Jerzon comer panqueques con una gran sonrisa en su rostro, y al mismo tiempo yo pensaba en los procedimientos dolorosos por los que él tenía que pasar en el curso de algunas horas. Debo confesar que por un momento pensé que estaba siendo “irresponsable” por involucrarme mucho en su vida. Pero Dios es fiel, y nunca tuve que tomar estas decisiones de índole médica sola. Nuestro equipo y la familia de Jerzon hicieron la toma de decisiones más fácil. El Señor siempre nos mostró el camino, y Él me mostró que la compasión que viene de Él no debe detener o limitar el tomar decisiones correctas.
Pero al ponerla en práctica, la compasión en sí no es siempre fácil. Una de las tareas de un médico es informar y asesorar a nuestros pacientes para ayudarles a tomar buenas decisiones. Le animamos a que sean sus decisiones y no las nuestras… y sí, ¡a veces oramos en nuestras cabezas para que ellos elijan lo que hemos sugerido! (jajaja, es broma…). Pero también tenemos el “derecho” a apartarnos y dejar de insistir con alguien que no quiere nuestra ayuda, o al menos no parece quererla. Pero, ¿y si estás “emocionalmente involucrado” (como el mundo lo llamaría) y el discernimiento espiritual entra en juego?, Por mencionar algunos ejemplos: ¿Cómo hacer para enseñarle a este muchacho de 15 años cuidar de su piel correctamente, después de descubrir que se estaba desprendiendo sus costras para ser dado de alta prematuramente además de mentir sobre ello y haciendo que todos los involucrados permaneciesen dos meses más a su cuidado por su desobediencia? ¿Qué hacer cuando la madre de una niña de 4 años no sigue las instrucciones postoperatorias por segunda vez y sus acciones contribuyen a hacer un procedimiento quirúrgico casi un fracaso completo de nuevo? ¿Qué se hace cuando la esposa de un pastor, quien afirma creer que la medicina puede ser uno de los instrumentos de Dios para sanar nuestras enfermedades, y muy agradecida con usted por preocuparse por ella, todavía decide no tomar sus medicamentos para la presión arterial alta que son gratis… sólo porque sí…?
He aprendido de nuestro ministerio que el escuchar a las personas va primero y se debe orar por discernimiento. Y, saltar a la acción poniendo en práctica el verdadero amor del Padre:
“El amor es paciente, es bondadoso… Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” La versión de la Nueva Traducción Viviente dice: “… El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia.”
1 Cor. 13: 4,7.
La verdadera compasión va de la mano con el amor. Y amar como deberíamos no se da por sí sólo en nuestra naturaleza humana. Es muy fácil practicar el amor y la compasión hacia las personas que consideramos “dignas”. Nos gusta jugar de jueces. Bueno, estoy muy contenta de que la cuestión de ser “dignos” no haya impedido a nuestro Padre el amar, aceptar y confiar en nosotros a través del sacrificio de su Hijo. ¡Qué asombrosa gracia la de nuestro Dios!
Dios ha usado este ministerio para renovar mi compasión y mi amor por mi prójimo. Tengo que reconocer que ciertos conflictos internos me atacan de vez en cuando, y a veces es muy difícil resolverlos en mi cabeza. Pero he aprendido que aunque puede ser difícil o incluso doloroso, tengo que someterme a Jesús y someterme bajo aquellos a los que Él ha amado; poner mi capa blanca sabelotodo de superman a un lado y rendirme. Sí, a veces ante los ojos de éste mundo podría parecer débil, pero mostrar Su amor siempre debe ir primero, y es un privilegio por el que oro cada día que Dios me ayude a no esquivar. Permítanme decirles que he tenido la bendición de trabajar con un equipo cuya compasión es pura, fresca y contagiosa. Ellos son vasos llenos de la verdadera compasión, la que nos hace movernos en acción y que hace brillar el amor de Jesús intensamente y en todas partes. Es un gran honor aprender de ellos cada día. Seguir su ejemplo me anima constantemente, y me recuerda la razón por la cual soy lo que soy y me ayuda a poner en práctica el propósito de Dios para mi vida.
Mi oración para nosotros es que nunca dejemos de tomar riesgos. Ir más allá de nuestras propias fuerzas para que la verdadera fuente de fortaleza sea manifestada (Filipenses 4:13). Que siempre podamos elegir ser compasivos y amorosos en primer lugar, para que ésto pueda dictar nuestras acciones diarias hacia las personas, a medida que vamos avanzando en la fe. Para aquellos de nosotros que deseamos buscar la voluntad de Dios de cada día, creo que si nos permitimos abrir nuestros ojos espirituales podemos verla muy claramente en las necesidades de aquellos que desesperadamente tienen hambre de lo que tenemos que ofrecer. Permítanme terminar con este fragmento de uno de los sermones de Charles Spurgeon, donde él predica sobre Mateo 14: 14-21. La Escritura nos dice cómo Jesús tuvo compasión de más de cinco mil personas, y cómo le ordenó a sus discípulos darles de comer. Vemos la compasión de nuestro Señor seguida por la acción, y Él quería que sus discípulos fueran parte de ella. Parecía una tarea imposible y los discípulos le pidieron a Jesús que despachara a estas personas a sus casas. Oro para que podamos ver más allá de lo que está delante de nosotros y poder tomar el reto cada día. ¿Por qué? Porque es nuestra respuesta al amor de Aquel que dio su propia vida por nosotros, Jesucristo nuestro Salvador:
“Un hombre en el sueño de Pablo le dijo: “¡Ven y ayúdanos! ” y eso fue suficiente para obligarlo a entrar en acción. Y ahora hay millones, no en un sueño, más bien en una visión abierta, que a una voz dicen: “¡Ven y ayúdanos!” ¿Acaso hemos dicho, hace un momento, que no podíamos? Sin duda hay que retractarnos de nuestras palabras y decir, “debemos.” Maestro bueno, ¡debemos hacerlo! Si no podemos, ¡debemos hacerlo! Sentimos nuestra debilidad, pero hay un impulso dentro de nosotros que dice que hay que hacerlo, y no podemos parar, ¡no podemos hacerlo! Las explosiones del infierno y la ira del cielo caerían sobre nosotros si renunciamos a ésta tarea. La única esperanza de éste mundo, ¿Debemos hacerla a un lado? A la estrella solitaria que brilla en la oscuridad, ¿la aplacaremos? Nosotros los salvadores de los hombres, ¿vamos a cruzarnos de brazos y dejar que mueran? ¡No! Por el amor que llevamos por Tu nombre, por los lazos que nos unen los unos a los otros, por todo lo que es tierno y suave en cada latido de nuestros corazones, y por el anhelo profundo de nuestro corazón, decimos que debemos, ¡aún si sentimos que no podemos hacerlo!”